Una mesa para todos

En un mundo lleno de etiquetas y grupos excluyentes, se hace necesario hacer un lugar en la mesa para el marginado, para que deje de comer migajas y se siente junto a otros a la mesa. Incluir al Excluido es la tarea en este mundo. Salgamos en búsqueda de los que no están, hagamos un lugar al marginado en la mesa de la felicidad.

lunes, 8 de agosto de 2011

El fracaso nuestro


Siguiendo con mis andanzas por Santiago, me gustaría compartirles otra experiencia personal, pero que seguramente todos podrán entender, o al menos, intentar comprender.
Anduve haciendo algunos trabajos de invierno en la capital, trabaje en las hospederías del Hogar de Cristo y visitando familias en los sectores más vulnerables de Santiago. Conocí la José María Caro, Villa Francia y varias de esas poblaciones estigmatizadas por la crónica policial. Pero un día me toco ir al sector alto de la capital (odio esa frase pero es para que me entiendan)con un amigo santiaguino. Andábamos por providencia y de repente mi amigo para y me dice: ¿conoces esta parroquia? No, le dije. Nos paramos, la miramos y me explica que era la Parroquia de El Bosque, la de Karadima. Y ahí estaba ese inmenso edificio, en medio de un sector económicamente acomodado, mimetizado con su entorno. Una parroquia gigante, con jardines hermosos, opulentos y señoriales, como el mismo Karadima.

Fue raro, nos miramos, respiramos un segundo, y cabizbajos, seguimos caminando. Me invadió una sensación de fracaso enorme. Me encontré de repente con un lugar donde mucha gente sufrió, donde durante años ejerció como pastor un hombre evidentemente enfermo y manipulador, que no solo abuso sexualmente de jóvenes sicológicamente vulnerables, sino, revelaba secretos de confesión y ejercía un dominio extremo entre sus parroquianos, casi como un señor feudal.

No me voy a referir más a Karadima, que la justicia haga que pague sus pecados, que paguen los que lo encubrieron y que la verdad salga a la luz. Lo que me pasa es que uno se entristece con el fracaso.

Duele sentir como hemos fracasado en nuestra tarea de dar a conocer el evangelio, como hemos fallado en la defensa de las personas, en la lucha contra la pobreza y en la práctica del amor. No todos, no siempre, pero hemos fallado. Quizá sea inevitable fracasar en algo, puede ser, pero no se puede avalar el fracaso ni el mal, no se puede tapar y defender.

Uno se siente más comprometido que nunca a amar, a gritar sobre la injusticia, a dar la vida por el evangelio, a moverse y actuar, como lo hizo Cristo. Hay tantos que viven  su vida por los demás dentro y fuera de la Iglesia, ojala sigan sumando. Que Dios nos acompañe para derrotar la injusticia que se cuela en nuestras filas, para hacer frente al poder anquilosado  y la tentación de la vanidad.

No pretendo demostrar nada con este post, solo contarte que siento el fracaso nuestro, que daña y hiere, pero que también interpela a otro tipo de fracaso, ese que viene cuando enfrentas a los poderosos y potentados, cuando das la vida por la justicia y el amor puesto más en obras que en palabras. En el mes de la solidaridad, le pido a San Alberto Hurtado que me guie, a Cristo que me llame, para poder cumplir la tarea. Para levantar la voz  frente a la mentira y la maldad, dentro y fuera de la iglesia, in importar las consecuencias.