Una mesa para todos

En un mundo lleno de etiquetas y grupos excluyentes, se hace necesario hacer un lugar en la mesa para el marginado, para que deje de comer migajas y se siente junto a otros a la mesa. Incluir al Excluido es la tarea en este mundo. Salgamos en búsqueda de los que no están, hagamos un lugar al marginado en la mesa de la felicidad.

martes, 26 de abril de 2011

Esnob


Esnob: Persona que imita con afectación las maneras, opiniones, etc., de aquellos a quienes considera distinguidos. U. t. c. adj.  Esta es la definición que la real academia de la lengua española admitió hace ya varios años. Proveniente del anglicismo Snob, esta palabra tiene una interesante historia. Según la versión más difundida de su origen, esta palabra nace cuando las Universidades de Princeton y Cambridge se vieron obligadas  aceptar entre sus estudiantes a jóvenes sin título nobiliario, entonces en la lista se colocaba el nombre del estudiante y la abreviatura s/nob que quería decir, sin título de nobleza.

Desde entonces este adjetivo se ha utilizado para aquellas personas que imitan los gustos y lujos de los ricos sin serlo. Aquellos que se visten con marcas caras, que hablan como ricos, que comen lo que los adinerados llaman exquisiteces y todas esas cosas.

Ahora, todo lo que hay detrás de este concepto es una brutal exclusión. Porque son los adinerados y poderosos los que en el fondo dicen: “somos especiales, distintos, con gustos y practicas exclusivas de los de nuestra clase y todo lo que puedes hacer tu es imitarnos, porque  nunca serás como nosotros”. Hoy el esnob es querer ser “cool” (otro anglicismo nefasto) sofisticado, bakan, macanudo, etc., según la palabra que prefieran.

Y estamos todos un poco “esnobizados”. Todos con Blackberry conectados a twitter todo el día, comprando entradas de 1 millón de pesos para ver a Paul McCartney, pendientes der cada detalle sofisticado de la boda real, con ropa de marcas, comiendo sushi e locales del barrio alto, etc. Nos estamos llenando de lugares exclusivos y excluyentes, donde entrar o pertenecer te da un status distinto, como si te hiciera mejor que los que no pueden entrar. Hemos puesto barreras para sentirnos especiales, sin dejar que otros pasen. Que no se les ocurra venir, solo van a flaytear el lugar. Decirle roto a la gente se ha convertido en un hobbie para muchos, que andan clasificando y etiquetando a la gente según sus ingresos económicos y sus gustos. Según el agua mineral que toman y la peluquería en la que se cortan el pelo.

Basta ya, nos obligan a tener. Te hacen sentir que para ser alguien debes seguir una moda, hablar determinadamente y seguir los gustos de un par de ricachones a los que se les ocurre que algo es “in” o “out” según como se levanten. Pura exclusión. Y después nos quejamos de las desigualdades económicas y de la falta de solidaridad. Si a cada segundo te etiquetan, si te miden como si fuera una prueba a cada segundo.

El dinero corrompe y excluye. A Cristo nunca le gusto el dinero. Quieren dominarnos, quitarnos los sueños, atomizarnos hasta que ya no podamos vernos. Nos ponen como enemigos y distintos para que no podamos cambiar el mundo. Para que el amor no prospere ni libere. Nos hacen esclavos del dinero y la moda, porque saben que nos morimos por pertenecer a algo, que nos sentimos solos y buscamos aceptación. Porque somos tan individualistas que nos hemos quedado solos y buscamos consuelo en los clubes exclusivos, donde podemos pertenecer y ser especiales. Nos quieren dominar, pero aquí estamos de pie, luchando, no con odio, sino, con amor. Usando su mismo sistema, pero desafiándolo a la vez.


miércoles, 20 de abril de 2011

Esa peligrosa radicalidad


Del blog territorio abierto de Jesuitas en formación, visita su pagina web. Por Cristobal Emilfork sj, Periodista
Cuando se habla de radicalidad solemos pensar en extremos, en posturas que no se transan, en valores que permanecen incólumes por los siglos de los siglos, y por los cuales aquéllos que se consideran “radicales” están dispuestos a morir.
La radicalidad huele a entrega, a decisión, a sacrificio… a firmeza de carácter.
Pero a veces en su nombre también se amparan la intransigencia, la miopía, la incapacidad de dialogar, y un gigantesco “prejuicio” tatuado en la frente, y quizás también en los ojos. Ojos que nos cierran a lo nuevo, y que asumen categorías inamovibles, aterradoramente conservadoras. Conservadoras de la intolerancia y de la “etiquetización” de las personas, de los grupos sociales, de la humanidad.
Creo que hoy corremos el riesgo de ser peligrosamente radicales… en ese segundo sentido del término.
Sin embargo, la verdadera radicalidad parece marchar en un sentido contrario. La verdadera radicalidad parece vestirse con el traje de la humildad, ponerse los zapatos de la apertura y lleva la tolerancia inscrita no en la frente, sino que en el corazón.
La radicalidad de quien es capaz de reconocer la verdad presente en el otro con el que se discute. La radicalidad de aquél que pone en duda sus supuestos conocimientos infalibles, la radicalidad de quien sabe que el mundo es mucho más que las etiquetas que desfilan por nuestros medios de comunicación y que en un insensato afán simplificador cuelgan adjetivos sobre todo y todos para hacer más digerible la realidad.
La verdadera radicalidad no es presa del miedo que puede acampar bajo la aparente convicción. La radicalidad sabe que los de derecha pueden hacer bien las cosas, así como también los de extrema izquierda.
La radicalidad piensa que quizás sí se le puede dar mar a Bolivia, que el caos no necesariamente arribará con Ollanta en la presidencia del Perú. La radicalidad va más allá de criticar la insensatez de Van Rysselbergue o de pensar “terrorista” cuando escuchamos mapuche en la televisión. La radicalidad despercude nuestros prejuicios y nos abre a la novedad que lleva consigo cada ser humano, cada día, en cada minuto.
Es lógico que hoy la radicalidad surja entre nosotros. Si vivimos en tiempos en que algunos políticos no piensan en el bien común sino en la ganancia personal, en que algunos sacerdotes no respiran Evangelio sino que poderío, abuso o corporativismo, o en que algunos medios no pasan noticias sino sólo publicidad, es lógico que dudemos. Es lógico que busquemos certezas dónde afirmarnos, sitios donde guarecernos frente a ese tsunami que cuestiona todo, absolutamente todo.
Pero la radicalidad verdadera nos pide seguir creyendo. Seguir creyendo en el otro. Y clama porque no (nos) encasillemos. La radicalidad nos invita a sentar en la misma mesa a prostitutas y guardianes de las buenas costumbres, a obreros y a empresarios, a momios y a rojos. Porque ella no teme ser cuestionada, decir la verdad sobre su inmensa miseria y pedir ayuda para seguir caminando cada día más abierta, cada día más verdadera.

lunes, 11 de abril de 2011

Lo que hay detrás de Karadima



Este es un post que escribo pensando en las victimas de las desfiguraciones del evangelio. Porque Cristo vino a incluir y liberar, no a someter ni dañar. Porque Cristo hizo ver a los ciegos y brillar la verdad, el secreto y la ignorancia son contrarios al evangelio de Cristo.

Trabajo hace diez años en comunidades eclesiales de base, en grupos y movimientos católicos. He recorrido Chile en misiones y encuentros, y claramente, el caso Karadima es un impacto tremendo en la vida pastoral, no por el honor perdido como creen algunos, sino, porque es una falla, un error que no supimos evitar como iglesia. Porque es infidelidad con el mensaje liberador de Cristo y porque se daña a inocentes.
Pero los abusos sexuales y la lenta acción de algunas autoridades eclesiales tienen su punto de partida en equivocaciones y distorsiones anteriores. Conozco gente que visito alguna vez la parroquia del bosque y vieron el raro clima que se vivía en aquel lugar. Karadima era visto casi como santo, había una reverencia total hacia el. Esto que puede parecer bastante banal no lo es tanto. Muchos le hicieron ver a los obispos de la época estos hechos, que son al fin y al cabo, una distorsión del rol de los sacerdotes. La palabra del cura no es verdad absoluta, es Cristo la única verdad. La comunidad no está al servicio del cura, sino, el cura al servicio de la comunidad. Una educación espiritual que involucre el pensamiento crítico, que alimente el discernimiento espiritual de lo bueno y lo malo, de lo que nos acerca y nos aleja de Dios, es fundamental en el ministerio sacerdotal y en toda practica pastoral cristiana. Porque Cristo nunca negó la razón, más bien la uso y la promovió, la fe involucra a la razón, por más que a veces escape de ella.

Esta distorsión de la visión del sacerdote, facilita el secretismo, los abusos y las equivocaciones. Porque el pastor se vuelve incuestionable, venerable y centro de la fe, que no es otro que Cristo mismo. Entonces la comunidad se vuelve cultivo de poderes mal entendidos, de caprichos y de desviaciones. Se puede hacer lo que se quiera, nadie me cuestionara, nadie dirá nada, todo parece bueno, y si no, es palabra del cura, el sabrá porque lo hace.

Y son estas cosas las que la iglesia debe vigilar. El sano ejercicio del sacerdocio o de cualquier ministerio pastoral que ejerza un consagrado o un fiel en la iglesia, se basa en su compromiso radical con Cristo y su evangelio, siendo testimonio de verdad y humildad, procurando presentarles al  Padre que Cristo presento, un Dios de Amor, que envía a su hijo a liberar al mundo de la esclavitud del pecado, que ama al pecador y al excluido.
Si hay algo que Cristo siempre cuestionó fue el anquilosamiento del poder, cuando este se sirve a sí mismo y no al prójimo. Y lamentablemente sobre todo en la  vida eclesial clase alta chilena, el poder tiene demasiado lugar.

Karadima no solo fue castigado por abusador, sino, por mal sacerdote. Su círculo cercano fue intervenido porque se sospecha de la inidoneidad de su itinerario formativo, que puede no estar siendo una herramienta eficaz para mostrar el amor de Dios ni contribuir a la construcción del reino. Que fue lo mismo que pasó con los Legionarios de Cristo y Marcial Maciel, que construyo un imperio para desarrollar sus mas pervertidas practicas.
Y es en esto donde se quiere avanzar. La vida religiosa y laical debe guiarnos y guiar a los demás hacia Cristo, y para eso hay muchos que luchan y han dado la vida, a ellos mis saludos y mi unión en la construcción del reino. A.M.D.G

sábado, 2 de abril de 2011

¿Hasta cuando esperamos?



El cierre de la división Ventanas de Codelco, como consecuencia de varios recursos de protección por contaminación del medio ambiente, y su posterior reapertura, han sido tema obligado en los noticieros nacionales y por varias razones.

En primer lugar por el tema medio ambiental. En este sentido Ventanas no ha sido el único caso de conocimiento público, lo fue Barrancones e hidroaysen, como en su momento fue Celco. En ese sector del litoral central, cerca de Quintero, se encuentran varias faenas industriales que han contaminado por aos el sector. En el verano fui a visitar Ventanas, otrora hermoso balneario, que hoy no es sino, el cadáver de algo que existió, con notables muestras de contaminación con una chimenea a escasos metros de la orilla y con un turismo erradicado por la misma contaminación.

En esta última semana, además se conocieron varios casos de gente que ha sufrido por años los efectos negativos de la contaminación, generando enfermedades en ellos y en varios integrantes de cada familia. Las historias eran conmovedoras. Familias enteras afectadas por cáncer, otros vieron agudizadas ciertas patologías, pero todos tenían en común lo mismo; son gente pobre y humilde, que trabaja por el sector para poder subsistir y que les cuesta mucho dejar su tierra, tanto por el trabajo (que hoy no es fácil encontrar) y por las raíces que ha echado en ella.

Quizá para algunos es difícil entender porque la gente no se va de esos lugares arrancando de la nociva contaminación. Yo también me he hecho esa pregunta, pero la pregunta más grande que me hago es la siguiente ¿Por qué nadie ha hecho nada para enfrentar una situación de tan larga data? Porque no solo es ventanas, tenemos una serie de problemas con la contaminación ya sea por los residuos de la minería en el norte, por la matriz energética a lo largo del país o por todas estas faenas industriales en el litoral central.  Entonces ¿hasta cuándo nos quedamos quietos?

Y entonces el asunto decanta en algo que parece sencillo que demora mucho tiempo en hacerse realidad; ¿Qué hacemos con esto? La pregunta es así de sencilla, pero con una respuesta un poco más compleja. Porque la cuestión versa sobre como compatibilizar la satisfacción de necesidades industriales (matriz energética, producción industrial como cobre u otros minerales, manufactura, etc.) que son importantes para la economía de un país (saltándonos hoy el debate sobre la redistribución del ingreso y la retribución justa de las ganancias empresariales), el respeto por la naturaleza y el bien de las personas.

No es un asunto fácil, y puede parecer de pero gruyo, pero aun así, todavía no hacemos nada para resolverlo. Que esta primero ¿la ecología, las personas, la economía? Es difícil priorizar cuando se sabe que una actividad o decisión dañara si o si a alguna de estas piezas. Pero queda claro que durante muchos años, ya sea por ignorancia o por mala intención, la salud y el medioambiente estuvieron por debajo de la economía en prioridad, entonces se piensa primero en el negocio que en el bien común.

No tengo solución para dar, pero si un poco de sentido común, aquí lo que falta es hacer frente a los temas que nos interpelan, pero todos juntos. Las autoridades deben actuar como tal y la opinión pública hacer un poco más que demostrar su disconformidad vía twitter, y cada uno en su orbita, porque lamentablemente, no se puede estar en todos lados ala vez,pero lo que todos podemos perseguir desde distintos lugares ees el bien y la verdad ¿hasta cuando esperamos?