Una mesa para todos

En un mundo lleno de etiquetas y grupos excluyentes, se hace necesario hacer un lugar en la mesa para el marginado, para que deje de comer migajas y se siente junto a otros a la mesa. Incluir al Excluido es la tarea en este mundo. Salgamos en búsqueda de los que no están, hagamos un lugar al marginado en la mesa de la felicidad.

jueves, 7 de octubre de 2010

Salvado en la Esperanza













No pude evitar lanzar lagrimas de emoción, cuando, en vivo, un operador de las sondas de búsqueda, desobedece las ordenes de sus superiores y nos contaba a todos por televisión que un papel colgado desde el martillo de la sonda, confirmaba con letra temblorosa que los 33 mineros estaban vivos en el refugio con el que tanto costo dar. Están vivos, esa es la gran alegría del país hoy.
Mucho se puede decir después de estos dos meses. Mucho se podrá argumentar sobre la supervivencia de los mineros, sobre su incomparable resistencia física y mental, sobre su experticia en la mina, que todo eso los ha mantenido con vida. Sin duda alguna, todo eso es cierto. Sería ingenuo negar tales afirmaciones. Pero siempre creo que hay algo más que los datos estadísticos, algo más que regla de laboratorio. Quizá ese mimo “algo” es el que mantenía a los familiares y amigos apostados en el campamento Esperanza, con la convicción de que sus familiares y amigos atrapados en la mina, estaban con vida. Había duda y desesperanza, cansancio y miedo, pero siempre hubo algo que mantuvo los corazones y ojos despierto, que logro que n o abandonaran el campamento después de dos semanas de, casi solo, malas noticias.
Esperanza. Si, no solo es el nombre del campamento formado casi espontáneamente en el yacimiento, sino, es la fuerza que mantuvo vivos a los mineros. Como no sentir que la esperanza se convirtió en el mejor hidratante y el mejor de los alimentos, para levantar el alma de 33 hombres perdidos en las entrañas de un cerro al que conocían hace ya tiempo y que, caprichosamente, se convirtió en su más negro enemigo. No estamos solos, parece ser el pensamiento que embarga a los hombres perdido
s bajo la tierra. Eso me pareció oír cuando en una de las cartas, un minero pedía paciencia a su familia, porque pronto los rescatarían. Era la certeza de que sus seres querido no dejarían de luchar para encontrarlos, la que les permitió vencer el hambre y el miedo, para esperar por el rescate. Nunca antes, el ruido de un metal rompiendo la piedra fue tan dulce para estos 33 sufrientes, que como niño antes de navidad, escribieron con letras de amor, mensajes de esperanza para sus familias y para todos los chilenos.

No cabe duda que la esperanza, alimentada por el amor y el ardiente deseo de ayudar a estos hombres a salir con vida de ese caprichoso cumulo de roca desplomada, ha sido el motor de una lucha que, sin duda, es más agotadora que la espera que vivieron sus familiares. Es la esperanza que Dios pone en nuestros corazones, es la certeza de que no estamos solos, de que hay alguien aquí y nos sacara pronto de la oscuridad. La esperanza es certeza en medio de la incertidumbre.
Y ha sido la esperanza lo que ha sostenido a estos 33 hombres. Porque la certeza de que todo un país hace fuerzas para que salgan de ahí con vida y el hecho de saber que hay todo un operativo de rescate montándose para salvarlos del encierro, ha ya modificado su realidad actual, porque ya tienen algo ganado, ya están trabajando para sacarlos, y aunque todavía no llega el día, ese futuro próximo ha influido en su presente, afectando su ánimo y su disposición, dándole fuerzas para luchar contra la adversidad. Esa es la esperanza de Dios.
A pocos días de su rescate, la esperanza es más fuerte, porque se termina de concretar en la liberación del encierro. Solo es de esperar que Dios los acompañe, y así será.

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