Una mesa para todos

En un mundo lleno de etiquetas y grupos excluyentes, se hace necesario hacer un lugar en la mesa para el marginado, para que deje de comer migajas y se siente junto a otros a la mesa. Incluir al Excluido es la tarea en este mundo. Salgamos en búsqueda de los que no están, hagamos un lugar al marginado en la mesa de la felicidad.

viernes, 1 de octubre de 2010

Amor desde la Fragilidad

Los seres humanos somos frágiles. Nuestras debilidades y limitaciones, lo fácil que nos deprimimos, nuestros miedos, inseguridades y tantas otras cosas lo demuestran. Sin embargo, quizá es nuestra fragilidad lo que hace que necesitemos cubrirnos con falsos aires de poder. Hace que queramos explicarlo todo, pues tememos a lo desconocido, pretendemos dominarlo todo por miedo a que nos dominen, queremos demostrar que lo podemos todo porque no queremos parecer pequeños y frágiles. Hace dos meses un mega terremoto dejó en claro nuestra fragilidad y de todo cuanto podemos construir.

Quizá el centro de nuestra fragilidad esta en nuestras debilidades y limitaciones, en lo que no podemos hacer, en nuestra falta de poder sobre las situaciones. Tal vez por eso nos empeñamos tanto en hacer lo que nos gusta, porque las probabilidades de hacer lo que no nos gusta y salga bien son, a nuestro entender, mínimas. O porque estamos convencidos de que la libertad y el desarrollo espiritual están en nuestros gustos, escindidos del sacrificio y el esfuerzo. Sea por lo que sea, nos sentimos mas felices haciendo lo que nos gusta que lo que no. Es raro, porque el más grande acto de amor, la muerte en cruz de Jesucristo por los

pecadores, es algo que de seguro a nadie le daría gusto hacer, he ahí la diferencia entre gusto y amor, entre satisfacción y caridad.

Así, si revisamos las historias bíblicas o la vida de los santos, nos daremos cuenta, que si bien es el mismo Dios quien nos da virtudes y cualidades para servir a los hombres, también toma nuestras debilidades para su obra. San francisco era un aristócrata y termino fundando una congregación que nos invita a la vivencia pobre del evangelio. San Pedro, no era el más instruido de los apóstoles, fue el primer papa y en su primer discurso convirtió a 5000 personas. Otro ejemplo, aunque distinto, esta en aquel momento dende Jesús alimenta a 5000 personas solo con cinco panes y dos pescados.

Cuando Jesús nos dice que su reino es un reino de otro mundo, también nos dice que su poder es distinto al poder que nosotros conocemos, es un poder que nace de la fragilidad, o como diría Bentue, desde el Dios sufriente. Cristo nace en un pesebre. Muchas veces nos quedamos con la tierna imagen que hemos heredado de la tradición sin caer en la cuenta de lo que en verdad es un pesebre. Hablamos de un lugar donde viven animales que no se bañan a diario como nosotros. Los animales se alimentan y defecan en ese lugar, hay vacas y bueyes, burros y caballos. Hay ruido y malos olores, el piso es de tierra. Allí nace nuestro rey, que nace como cualquier niño, que llora al nacer porque le falta el aire y llena sus pulmones de oxigeno con el primer llanto. Que cierra los ojos porque le molesta la luz que hay fuera del vientre materno, o porque quizá no quiere ver este mundo tan distinto y mucho menos feliz que el mundo de su líquido amniótico. Esta es otra dimensión de la fragilidad de Cristo.

Y así, su muerte no es otra muerte, que la del más frágil e indigno hombre, según nuestros cánones mundanos. Muere solo, triste y abandonado, herido y humillado, pero dando su vida por amor, aún cuando todavía éramos pecadores. Su grandeza radica en su amor, en su entrega gratuita y generosa, en su poder liberador y sanador, pues su muerte nos sana del pecado y nos libera de la muerte.

Así vamos desplazando aquella idea de que en la vida debemos hacer solo lo que nos gusta. Pero no debe mal entenderse, la clave de todo es que la fuerza viene de Dios. Moisés era tartamudo y Dios lo envía a hablar con el faraón, hombre serio e insensible, sobre la existencia de un solo Dios que pide que su pueblo sea liberado. Moisés sabe que no habla como el mejor orador, pero se entrega por completo a la voluntad de Dios porque tiene la esperanza puesta en el poder divino. Sabe que será Dios quien hable a través de él y su tartamudez no será obstáculo para su tarea.

Así como Jonás se quiso ocultar de Dios por miedo a la tarea que Él le encomendaba, así suele pasarnos en nuestra vida. Y esa típica frase “quien soy yo para…” suele servirnos de cotidiana excusa. Si en nuestra vida diaria afirmamos nuestras cualidades, ante Dios parece ocurrir lo contrario, pues siempre decimos sentirnos indignos de servir al señor, cubriéndonos con una pequeñez, que más que humildad, es miedo solapado.

Con todo lo anterior he querido sentar una sola idea, la grandeza del amor de Jesucristo esta en su debilidad y fragilidad. Así, nosotros, frágiles y débiles, creados a imagen y semejanza de Dios padre, hemos de seguir el mismo camino. No solo hemos de servir a Dios con nuestras fortalezas o con lo que nos hace sentir útiles y dignos, eso podría contener algunos elementos narcisistas o egoístas. Pues si sirvo a los hombres en el nombre de Dios porque me hace sentir bien, solo estoy alimentando mi ego. Si por el contrario, lo que hay es un profundo deseo de servir, puesto por Dios en nuestro corazón, cimentado en el evangelio y tratando de escuchar su voluntad, entonces eso es amor. Pues es importante destacar, todo apostolado, o actitud “evangélica” ha de estar siempre centrada en el amor de Dios por la creación, que el mismo padre coloca en nuestro corazón. La ayuda o compañía por mera lastima, reduce el amor de Cristo a asistencialismo sin contenido. Solos no podemos nada, con Dios lo podremos todo, el Cristo quien lleva nuestras cargas, así como murió por nuestros pecados. Es Jesús quien nos libera con su resurrección, es su espíritu quien impulsa nuestro espíritu y salva nuestras imperfecciones para ayudarnos en la tarea de la construcción del reino

Finalmente todo esta en el deseo ferviente y alegre de amar y servir, pues cuando Dios pone en nosotros el deseo de amar y de sacrificio, serán un amor y sacrificio felices, que aunque a ratos pesen y duelan, serán entregados con gusto y felicidad, por amor, con total indiferencia (en el sentido ignaciano) haciendo solo lo que es mejor medio para el fin para el que Dios me ha creado, prestos y diligentes para cumplir su voluntad.

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