Una mesa para todos

En un mundo lleno de etiquetas y grupos excluyentes, se hace necesario hacer un lugar en la mesa para el marginado, para que deje de comer migajas y se siente junto a otros a la mesa. Incluir al Excluido es la tarea en este mundo. Salgamos en búsqueda de los que no están, hagamos un lugar al marginado en la mesa de la felicidad.

martes, 9 de noviembre de 2010

Migrantes: un producto de la exclusión


No es noticia nueva descubrir que Chile, nuestro querido país, por su estándar de vida y “seriedad de sus instituciones”, en relación al resto de América latina, es visto por el resto del continente como un país de oportunidades. Y en especial Antofagasta, con paso fronterizo cercano, con altas posibilidades de trabajo y con el incentivo de ser la región más pujante económicamente de Chile, ha sido elegido como lugar preferido de migrantes en busca de mayores oportunidades y un futuro mejor.

Solo este año deben ser expulsados de la ciudad más de 500 extranjeros por infringir la ley de extranjería, ya son más de 2000 los residentes. Antofagasta se convierte cada vez más en una ciudad cosmopolita, con las consecuencias y costos que eso implica. La mayoría de los migrantes que residen hoy en la ciudad son de origen afroamericano, “negros”-con mucho respeto- como dice la gente, característica que hace más notoria su presencia, y peruanos alentados por la facilidad para cruzar la frontera. No estamos acostumbrados a verlos por la calle y esa incomodidad se nota. El prejuicio es muy grande, las mujeres son prostitutas y los hombres traficantes o proxenetas. La mayoría los considera flojos o delincuentes. Y que hablar de los peruanos o bolivianos, la xenofobia comienza a salir por los poros. El otro día una joven decía que no le parecía que extranjeros le quitaran el trabajo a los chilenos, que había que deportar a los inmigrantes y que se sentía insegura de que un día un negro la apuñalara en la calle…un poco de paranoia. Un pensamiento triste y excluyente que debemos erradicar por completo.

En primer lugar debemos decir que Chile no posee una política migratoria que le ayude a enfrentar este fenómeno en aumento con buena cara. No hay políticas de integración, de promoción laboral ni de ningún tipo. Además, no poseemos la mentalidad necesaria para afrontar la llegada de miles de extranjeros que desean vivir en Chile, que no sean europeos o gringos. Si, somos clasistas, porque si llega un gringo rubiecito y simpático, automáticamente asumimos que será un aporte para el país y nos derretimos a sus pies, aprendemos ingles para que nos entienda y tratamos de hacer carne eso que cantaban años atrás “…y veras como quieren en Chile, al amigo cuando es forastero.” Pero si el extranjero allegado es un hermano latinoamericano, la desconfianza nos inunda. Si no es argentino o brasileño, nos cuesta mucho mirarlo con buenos ojos, así nomas es la cosa.

En segundo lugar, nos cuesta entender que la migración es, en su mayoría, un intento desesperado por buscar una vida mejor, por escapar de la violencia, la pobreza y la exclusión de sus países. Así como en los 70 y 80 miles de chilenos salieron al extranjero expulsados por la dictadura o escapando de ella y buscando una mejor vida. Entonces no debería ser tan difícil tender la mano a quienes buscan, en el fondo, no seguir siendo excluidos. Ahí está la clave para la empatía. La dura realidad de algunos países de Latinoamérica provoca la masiva salida de sus habitantes, escapando de los flagelos que los asfixian en sus países de origen, buscando verdadero refugio en un lugar donde puede que todo sea un poquito más fácil. Sin embargo, dejan atrás familia y amigos, una historia de vida, con sus dolores y alegrías. Llegan a una tierra extraña, donde las puertas suelen cerrarse y a veces la discriminación comienza a asomarse con hiriente crueldad.

Los migrantes tienen derecho a que se les respete, a tener un trato digno, a acceder a trabajos de calidad como cualquier persona, a no ser discriminados. Esos son también derechos humanos fundamentales (de hecho, la convención internacional de derechos de los migrantes, los protege), lástima que un país que ha luchado tanto por los derechos humanos, no se suma a la lucha por el respeto a los derechos de los migrantes. Porque los derechos humanos se siguen violando aun después de la dictadura, porque los derechos humanos son patrimonio de la humanidad, no de una corriente política ni de un partido determinado, por eso son derechos humanos. Nuevamente ceguera parcial, así como nos pasa con los mapuches y el resto de nuestros pueblos originarios, con las personas en extrema pobreza, con las mujeres golpeadas. Parece que eso derechos humanos no merecieran reivindicación.

En fin, los migrantes no son el problema, solo son víctimas de un problema ya sea pobreza, violencia o cualquier otro. Por eso, no hay que perseguirlos, sino ayudarlos, pues la discriminación, el maltrato y la exclusión de la que son víctimas en el lugar al que llegan escapando de otro peor, lo que los lleva, en muchos casos, a vivir al margen de la legalidad. Los estamos empujando a la droga, la delincuencia o la clandestinidad, con trabajos indignos, sueldos que parecen una burla y una discriminación por su origen aterradora.

Aceptarlos e incluirlos, dejar que entreguen el aporte que desean ser a la sociedad, es clave para romper el círculo de la exclusión, se parte de la solución y no del problema, lucha por los derechos de los migrantes.

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