Una mesa para todos

En un mundo lleno de etiquetas y grupos excluyentes, se hace necesario hacer un lugar en la mesa para el marginado, para que deje de comer migajas y se siente junto a otros a la mesa. Incluir al Excluido es la tarea en este mundo. Salgamos en búsqueda de los que no están, hagamos un lugar al marginado en la mesa de la felicidad.

domingo, 17 de octubre de 2010

En busca de los que no están.


Ir en busca de los que no están es seguir el ejemplo de Cristo. Ya lo decía en su parábola del buen pastor, dejo quietas a 99 ovejas, para ir a buscar a la oveja perdida. Fue en busca del alejado, del que estuvo y ya no está y del que nunca ha estado.

La misión de Jesús en la tierra está llena de gestos de inclusión. Comía con los pecadores, sanaba al leproso, llamo como apóstol a un Levita, habla con la mujer Samaritana. Son todos gestos de acercamiento a sujetos excluidos por el judaísmo. Pero Jesús no se conformaba con solo acoger a quienes se le acercaban, a menudo era Él quien salía en busca de las personas, es Cristo quien viaja por toda Judea para expandir su mensaje, es Él quien llama a Zaqueo.

Esto me hace pensar en nuestra labor misionera. Justamente, el sentido de romper las fronteras es ir en busca de los que no están, de los marginados, de los que no conocen a Jesús y tal vez no tienen posibilidades de conocerlo. No se trata de obligar, sino, de tender la mano, de entregar con el testimonio el amor de Dios.

Y pienso en esto porque sigo viendo que a veces buscamos a las “mejores” personas para invitarlas a nuestra comunidad o incluso como destinatarios de nuestra misión. Entonces, en la iglesia, sucede mucho que invitamos al grupo juvenil al que nos parece más adecuado, al que reduce las posibilidades de fracaso del proyecto. Es decir, le hablamos al que nos da más seguridad que nos escuchara. El mensaje de Cristo es todo lo contrario. Hay que correr el riesgo de hablarle al que no me dará respuesta. Hay que invitar al que más alejado esta. Es justamente a los que “se portan mal” a los que Jesús quiere cerca de él. Es a la oveja perdida, descarriada, a la que el Buen Pastor sale a buscar, es al pecador al que hay que acercar. Pero también al indiferente, o al que siendo “bueno” no conoce a Dios o no lo acepta, ese, no es enemigo, al contrario, es un amigo más en la mesa del Señor.

Por eso hay que tomar riesgos, hablar con él no creyente, con el cristiano alejado por nuestras propias miserias como iglesia, con el drogadicto y el ladrón, con el que se ha equivocado más de alguna vez. Hay que acercarse al que sufre, porque para él es la misericordia de Dios, para los oprimidos es la libertad que ofrece Jesucristo.

Cristo no es solo para los educados y refinados, tampoco solo para los que piensan o actúan como él, no es para los que se creen santos, sino para los que saben que no lo son. Cristo es para todos, y preferentemente para el pobre y el excluido, para el que sufre. Debemos acercarnos al que no nos entiende, al que no comparte ni entiende la creencia en Cristo. El cristianismo no debe basarse en enemigos, sino, en amigos, no debe pensar en detractores ni adherentes, debe pensar en hijos del Dios vivo, a quien este quiere entregar su amor y su mensaje. No nos equivoquemos, la tarea más importante es llegar a los que no están, no sentirnos cómodos con los que ya están y cerrar la puerta, debemos estar atentos y vigilantes, prestos y diligentes para recibir al hermano.

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